Título: “Como un grano de trigo…”
Técnica: Olio sobre tela
Dimensiones: cm 150×110
Año: 2020
Autor: Giuseppe Antonio Lomuscio
Descripción iconográfica de la obra
La idea de esta pintura nace del deseo de celebrar el recuerdo de la Beata Clelia Merloni en una nueva imagen que cuenta el momento de su santa partida.
Integra y completa un ciclo de obras destinadas a la promoción y al testimonio del Carisma de la Madre Fundadora, que desde siempre anima y sostiene las acciones del apostolado de la Congregación, como expresión de acogida y de manifestación del don de la santidad de Dios.
Tanto la acogida y la manifestación en su conjunto son un respiro de un encuentro entre la Belleza y su contemplación. Un encuentro, esperado y privilegiado, que ahora la Beata Madre experimenta en su nueva condición, como premio a su fiel vocación de vida consagrada.
En la representación, Madre Clelia, yace inerte sobre el lecho de su habitación, asistida por algunas hermanas que, alrededor de ella, están recogidas en oración y en meditación.
Tiene los ojos cerrados mientras el abandono del cuerpo nos lleva inmediatamente a una reflexión espontánea sobre el misterio de la vida y su caducidad. Pero la Madre no parece muerta.
Tiene en el rostro la expresión serena de quién recientemente se ha adormecido en la absoluta certeza de un despertar a una vida nueva. Aquella vida prometida en el Evangelio, buscada desde siempre y confiada en el Corazón de Jesús.
El rostro del Cristo y de la Beata en la pintura, ocupan espacios privilegiados en la composición, entre ellos contrapuestos pero complementarios, como si se quisiera contener el contexto de una común correspondencia de afectos donde las dos dimensiones, de lo humano y lo divino, pueden dialogar libremente entre sí. La de la Madre, no por casualidad, se coloca en la pintura precisamente en un punto particular de la composición, definida “sección áurea”, en un espejo con el gran rostro evanescente de Jesús que domina toda la escena sugestivamente.
La imagen, por lo tanto, no habla de la muerte, sino de la resurrección. Y Cristo, su esposo consolador, está ante ella como amparo de una felicidad compartida y reveladora de un estado de gracia que es preludio de la salvación.
Las manos de la Fundadora, replicando el gesto y la disposición que tienen en el relicario custodiado en la Iglesia de la Casa General, son un signo distintivo de un mensaje simbólico que coincide con la invitación a acoger a Jesús en la propia vida y a manifestar la belleza de su Palabra.
De aquella palabra, Madre Clelia se hizo voz. Y en cada hermana de su Instituto se hizo eco.
En un espacio iconográfico, medido por el peso de una emoción profunda y silenciosa, las religiosas están representadas en diferentes actitudes que recuerdan la vida contemplativa y más dinámica de las misiones. Son cuatro, como los puntos cardinales y representan la extensión en el mundo de la obra de evangelización de la que se hace un testimonio vivo cada día.
Una de ellas lleva una lámpara encendida en la mano, con múltiples significados. Es la luz de la fe cristiana con la que Cristo ilumina nuestras almas. Al mismo tiempo, nos recuerda el carácter radiante de los santos “hijos de la luz” (Jn. 12, 36; Lc. 16,8) y nos invita a seguir el camino de la luz evangélica: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras…” (Mt. 5,16).
En ella se reconoce a la actual Madre General Hna. Miriam Cunha Sobrinha, representada contemplando el Crucifijo en manos de la Fundadora, meditando, quizás, sobre el significado y la importancia de su mandato como Superiora General.
Su presencia y su compromiso en la historia contextualiza la obra hasta nuestros días, volviendo más explícito el sentido de una continuidad al sueño realizado por Madre Clelia, que sigue viva hoy en día a través de las obras de apostolado de sus hijas, llamadas a “ser” en el mundo y para el mundo, presencia constante del corazón misericordioso de Jesús que ama.
Las otras hermanas presentes, en cambio, son una metáfora de las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Tienen el mismo, pero no son un retrato de nadie en particular. Personalizadas en diferentes edades representan simbólicamente a todas las demás hermanas presentes en la Congregación hoy, que en el mundo crecen y se forman sobre el modelo del Carisma de su Fundadora.
La hermana en el centro de la pintura sostiene sobre su pecho el crucifijo mientras nos mira. Ella es la más joven y tiene el rostro de la esperanza que no muere jamás. Su mirada es una invitación, que va dirigida a todos nosotros, a confiar en el Corazón de Jesús y a ser testigos de su amor.
Más a la izquierda, otra hermana se distingue del resto del grupo por ser la única que tiene las mangas recogidas, significando el empeño particular asumido cotidianamente por las Apóstoles del Sagrado Corazón en favor de las acciones de caridad llevadas a cabo al servicio de los indigentes.
En la parte inferior y en primer plano, la hermana más adulta está sentada y con la cabeza hacia la Bienaventurada Madre, apretando el Crucifijo con una mano, mientras que con la otra sostiene un libro abierto. Es el Evangelio que es el libro de la Palabra: corazón palpitante que alimenta y sostiene las acciones promovidas por el Instituto en el ámbito de la educación, la salud y el servicio pastoral, según una voluntad específica de la Madre: “Aquello que debe ser común a todas las Apóstoles es el espíritu de caridad que será uno en todas sus distintas manifestaciones” (Beata Clelia Merloni).
Finalmente, cierra y completa la narración, el particular de dos espigas de trigo, que reposan sobre la mesa pintada en el borde derecho del cuadro, donde un grano de trigo, apenas caído, ofrece al observador la clave de lectura la obra dando el título a la obra en sí: “Como un grano de trigo …” (Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto…, Jn. 12,24).
Espero que esta imagen pueda alimentar la memoria de un acontecimiento querido y remoto en la historia de la Madre fundadora y contribuir al triunfo del amor y la misericordia de Dios Padre, para poder “mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión, abrazar el futuro con esperanza”(Papa Francisco).
Con renovada estima y gratitud, aprovecho esta oportunidad para enviarles a ustedes y a toda la Comunidad un cordial y afectuoso saludo con los buenos deseos de todo bien.
Giuseppe Antonio Lomuscio