LA REPARACIÓN

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LA REPARACIÓN EN LA VIDA DE MADRE CLELIA MERLONI

“Cuando el amor Divino toma posesión de un corazón, despierta en él un gran deseo de ver a su Dios conocido, amado y servido; esta alma sufre y gime por las ofensas que otros le hacen a su divino Corazón, lleno de amabilidad y ternura por todos. Se siente impulsada para volver a conducirle aquellos pecadores que lo han abandonado”. (Madre Clelia)

“Cuando Dios ama, no desea otra cosa más que ser amado. No ama por otra cosa, sino para ser amado, sabiendo que todo el que le ame se complacerá en este mismo amor” (San Bernardo Abad)

Testimonio de la Positio

Introducción

La reparación es un elemento esencial, aunque a menudo incomprendido, de la espiritualidad del Sagrado Corazón. Jesucristo, en su vida, en su ministerio público, en la muerte y en la resurrección, realizó de una vez para siempre, la reparación de la división entre la humanidad y Dios como consecuencia del pecado. Reconocemos en la acción del acontecimiento pascual de amor y de reparación de parte de Jesús una invitación a devolver “amor por Amor”.

El espíritu de reparación impregnaba cada aspecto de la vida de Madre Clelia: “la aceptación del sufrimiento, la oración, la relación con las hermanas y con todos aquellos con los que se encontraba.

Contemplando el Corazón de Cristo ella recurría a las fuentes de su amor y estaba dispuesta a testimoniarlo en todo lugar, con la palabra y con la vida. De esta manera la Apóstol se transformaba en reparadora, cuyo primer esfuerzo era restaurar el Reino de Dios en el mundo a través de la propia vida.

La reparación, el sufrimiento personal y la vida interior de Madre Clelia

Madre Clelia entendía la reparación sin reserva como respuesta de amor a Él que nos ama y nos ha amado hasta la última gota de sangre y el último respiro. Nos lo ha dado todo, hasta el punto que ya no tenía nada más para dar ¡El amor llama al amor! ¿Cómo es posible no desear intercambiara “amor por Amor”? Clelia Merloni sabía que el Vía Crucis fue el Camino del Amor para Jesús, para ella misma y para todos aquellos que obedecen el mandamiento de Jesús de tomar la propia cruz y seguirlo.

Dijo: “De hecho la vida de Jesucristo fue toda ella una cruz y un martirio. La nuestra debe asemejársele, toda vida cristiana y religiosa debe ser una vida de víctima y de sacrificio”.
“Recuerda, hija mía, que no debes tener otra intención que la de inmolarte con tu Esposo Jesús. La esposa no debe ser más que el Esposo; por lo tanto es tu deber seguirlo a donde Él vaya, ayudarlo en todo lo que Él hace, y querer como Él, ser víctima por la salvación de los de los miembros de las sectas masónicas”.

“Tú no podrás dar a Jesús testimonio más seguro de tu estima y de tu afecto que haciéndote semejante a Él, ya que no se imitan sino a aquellos que se estiman, justamente porque el amor transforma al amante en la persona amada. Qué gran honor para ti ser amada por Dios, vivir como su divino Hijo, hablar como Jesús, obrar y padecer como Él mismo”.

Del Diario: “Tú quieres tomarlo todo; no quieres que me quede nada mío, ni de lo que haré, ni de lo que padeceré; todo debo dejarlo a tu disposición, para que tú dispongas de ello como mejor te parezca… a favor de aquellas almas, de las cuales tú deseas la conversión. Heme aquí pronta a cumplir, con tu divina gracia, todo cuanto deseas de mí. Tú… prometes de hacer descender las más electas bendiciones… y que me harás partícipe de de la alegría de la corredención, sacrificando todo cuanto tengo, todo lo que puedo y todo lo que soy a favor de aquellas pobres almas, que obtendrán el sincero arrepentimiento y el perdón de tu misericordioso y divino Corazón”.

A una Apóstol Madre Clelia le sugiere: “Ofrézcase como víctima de alabanza y reparación por los pecados de la humanidad. Haciendo así no le quedará otra cosa más que el deseo del momento supremo en el que, abismándose en el Corazón de Jesús, vivirá con Él para siempre en el esplendor de su Reino”.

Reparación en la oración de Madre Clelia

“¡Recen, hijas mías, por tantos hermanos vuestros que no rezan jamás!… ¡Alaben, bendigan, agradezcan, amen al Señor también por aquellos que no lo conocen y no lo aman!”

Estas palabras de Madre Clelia dirigidas a sus hijas descubren el espíritu de reparación que definía su oración y su relación con Dios. Nos recuerdan los sentimientos de San Bernardo quien se preguntaba: “¿Por qué no debería ser amado el Amor?”. La respuesta de Madre Clelia es clara: recen por aquellos que no rezan, amen a Dios por ellos, adoren y glorifiquen a Dios por aquellos que no lo adoran. Reparen el Corazón amoroso de Dios donándole a Él todas las personas, porque Él quiere que estén unidas a Él. Ofrézcanle toda persona.

Madre Clelia exhortaba a sus hermanas a visitar con frecuencia, durante el día, a Jesús Sacramentado custodiado en el Tabernáculo, diciendo que sus visitas debían suplir el olvido de cuantos lo descuidan. Las exhortaba a rezar por todos… y a consolar al Corazón de Jesús reparando las ingratitudes, indiferencia y los ultrajes de aquellos que viven lejos de Dios. De esta manera tanto ella como sus hermanas se convirtieron en portadoras vivas de este mensaje que para el mundo moderno es de fundamental importancia si pensamos en que el amor de Dios es a menudo ultrajado.

Desde la infancia, Clelia sufría intensamente por el distanciamiento del padre de la Iglesia y ofrecía la oración y la vida por su conversión.

Un testigo recuerda:
“Desde el momento en que comprendió qué era el pecado, Madre Clelia decidió ofrecer la vida por los pecadores, primero por su padre, masón que se convertirá”.

Como fundadora, continuaba a manifestar este deseo ardiente de que todos regresaran a este Corazón herido de amor por nosotros y deseoso de ser amado.

Otra testigo afirma:
“La Sierva de Dios tenía un gran celo por las almas y se preocupaba por su salvación eterna; oraba constantemente por los pecadores”.

En la oración personal, expresaba de forma extraordinaria su amor por Jesús y sub deseo de que Él fuera amado: “Oh Sangre Preciosísima de Vida Eterna… yo te adoro profundamente, y desearía en cuanto me sea posible, compensarte por las injurias y por las ofensas que recibes continuamente de las criaturas humanas, especialmente de las que temerariamente blasfeman contra Ti. ¿Y quién no bendecirá esta sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá enardecido de afecto hacia Jesús que la derramó?… ¡Oh, amor inmenso que nos donaste este bálsamo saludable! ¡Oh, bálsamo inestimable que brota de la fuente de un amor inmenso, haz que todos los corazones, todas las lenguas, puedan alabarte, celebrarte y agradecerte ahora y para siempre!”

Al mismo tiempo, había entendido bien que sólo unidas a la oración de Jesús nuestras oraciones pueden ser reparadoras: “Une tu oración a la que hace Jesús en el Santísimo Sacramento, y ofrece a Dios lo que hace tu Divino Esposo Jesús, para reparar todo defecto y perdida de tiempo que tú hayas tenido; une tus alabanzas a las de Jesús y, penetrando en sus santas intenciones, éstas las ofrecerás al Divino Padre para suplir las tuyas”.

Madre Clelia persistía en el espíritu de oración reparadora hasta sus últimos días. Habiendo regresado al Instituto después de doce años de exilio, pasó los últimos dos años y medio de existencia terrena en una habitación de la Casa General ubicada junto al coro, permitiéndole participar en las oraciones comunitarias y adorar la Eucaristía durante todo el día. Sus oraciones en los últimos años de su vida, unidas al sufrimiento heroico, encarnaron el espíritu de penitencia en reparación de las apostasías de los sacerdotes y seguramente del distanciamiento de tantos hombres y mujeres del corazón de su amado Jesús.

”Sea siempre bendito y alabado mi querido Jesús, que con su Sangre nos ha salvado”.

La Reparación en sus relaciones

Madre Clelia reconoce el Corazón traspasado de Cristo en los enfermos, en los pobres, en los que sufren y en los necesitados, y esto la impulsó a cuidar de estos miembros del Cuerpo de Cristo a fin de aliviar su sufrimiento.

Lo confirman los testimonios:
“Madre Clelia buscaba de consolar y aliviar los dolores de cuantos entraban en contacto con ella. Su caridad hacia los enfermos era extrema: cada doliente le daba mucha pena, entonces buscaba todo medio para aliviarle los sufrimientos”.

Quizás aún más noblemente, Madre Clelia reconoce en el maltrato sufrido de sus hermanas y de la Iglesia una ocasión para perdonar y extender la misericordia como acto de reparación. Cuando “el padre X” (Clelia rehusó difamar su reputación evitando divulgar su nombre) usó el dinero de la congregación para sus propios fines provocando la quiebra, cuando la Iglesia la quitó de la guía de la Congregación por ella fundada, y también cuando las acciones de sus hermanas la forzaron al exilio, Madre Clelia respondió con tierno amor. Ella no interpretó con resentimientos lo que le había sucedido, pronta como era a admitir los propios errores y, consecuentemente, a arrepentirse y buscar repararlos. Del mismo modo, no era menos dispuesta a perdonar a quien le hubiese hecho sufrir, ofreciendo a Cristo una misericordiosa respuesta de amor a través del perdón de las personas que le habían dañado, en particular el sacerdote que había despilfarrado el patrimonio obtenido como herencia.

El amor de Madre Clelia por el Sagrado Corazón afinó su capacidad de concentrarse sólo en Dios, ignorando las distracciones debidas al sentido de culpa, al rencor y a la autocompasión. Cuando experimentaba la angustia o cuando su corazón era herido por aquellos que amaba, ella sabía volverse hacia Jesús y unir su sufrimiento al Suyo, encontrando en Él todo apoyo, toda defensa y todo consuelo.

Conclusión

Madre Clelia vivió ¡sólo para Dios! Ella estaba enamorada de Dios, vivía de Dios. Toda su vida estaba centrada en el amor del Corazón de Jesús, en la reparación. A Él y por Él quiso ofrecer un corazón lleno de amor, derramando bálsamo sobre el corazón herido de Cristo: un verdadero acto de amor y de reparación. Su ejemplo nos enseña a todos cómo estar enraizados en el amor de tal manera que nuestras palabras y acciones puedan transformarse en fuente de curación para nuestro mundo deformado por el pecado.

Para la Reflexión:
1- ¿Dónde veo el corazón herido de Cristo en mi vida y en mis relaciones?
2- ¿Cómo podría ayudarme el ejemplo de Madre Clelia a intercambiar el Amor con mi amor?
3- ¿A qué acciones concretas de amor y reparación podría invitarme el Sagrado Corazón?
4- ¿Cómo, el Vía Crucis, puede transformarse en un camino de amor para mí?