Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

En Dios está nuestra esperanza… ¡Él es nuestra fuerza!

Queridas hijas en Jesucristo,

¿Por qué lloran ante todas las más pequeñas contrariedades? El llorar por una pequeñez revela un espíritu débil, privado de aquella solidez que es necesaria a las almas que se han consagrado a Dios e inmolado sobre el altar del sacrificio.

Sí, hijas queridas, lloremos por todos nuestros pecados pasados, por nuestras miserias presentes, por la incertidumbre de alcanzar nuestra salvación eterna, por el abuso de las gracias, por lo poco que progresamos en la virtud.

Dios nos visita cada día con tantas luces, con tantas inspiraciones de su gracia, con santas instrucciones, con buenas lecturas, con santos ejemplos, con los bienes y males que nos manda, unos para hacernos sentir su bondad, los otros para recordarnos su justicia, y es motivo digno de lágrimas no descubrir estas gracias y hacerlas inútiles.

¡Oh, hijas mías! ¡Cuán dignas de compasión somos! ¡Qué desgracia la nuestra la de haber desconocido tan frecuentemente las visitas del Señor! Lloremos, hijas, por nosotras mismas, como Jesucristo lloró por Jerusalén, y convirtámonos a Dios de una buena vez.

El designio que Él tiene al hacernos ver nuestras miserias, es aquel de llevar nuestra alma a la práctica de la humildad, a la penitencia, a la reforma completa de nuestra vida; ¡y sería un gran mal el nuestro si no obtuviésemos de esta visita otra cosa que despecho, desconsuelo, desánimo! Oh, hijas!, lloremos pues, porque somos miserables, pero que nuestro llanto siempre esté acompañado por el firme propósito de cambiar para mejor nuestra vida, practicando la humildad y confiando siempre en la divina misericordia.

¿No se dan cuenta, hijas, que a pesar de los auxilios ordinarios de Dios, todavía
somos la debilidad personificada? ¿No es tal vez verdad que aún con todas las gracias que recibimos de Dios, caemos frecuentemente, y nuestra vida está llena de debilidades deplorables?

Hijas mías, nosotras nos asemejamos a un paralítico, que no puede moverse sino con la ayuda de una mano amiga; y aún cuando esta mano se nos presenta, frecuentemente no queremos dejarnos conducir por ella. Las mínimas tentaciones nos abaten; una imaginación, un pensamiento, una mirada, un mal ejemplo, una crítica, nos hace caer; la más pequeña pasión nos arrastra al pecado; la mínima dificultad nos detiene en el camino de la virtud.

¡Vean, entonces, hijas, cuán débiles somos! Con la oración, podríamos obtener una gracia más poderosa, que nos haría triunfar de nuestras debilidades, pero ¡ay de mí!
Esta es una de nuestras más grandes miserias ¡rezamos tan poco, rezamos tan mal! ¿Qué hacer, entonces, sino humillarnos delante de Dios a la vista de nuestra impotencia, desconfiar de nosotras mismas y reconocernos incapaces de todo bien si confiamos en nuestras solas fuerzas, capaces de todo mal si la gracia no nos sostiene para vigila.

Hijas queridas, huyamos de las ocasiones de (…) y pongamos todas nuestras esperanzas en Dios, pues sólo Él es nuestra fuerza, esperando todo de Él.
Roguémosle, entonces, con toda la efusión de nuestra alma, que tenga piedad de nuestras miserias y que nos sane completamente.

¡Dejen que los otros confíen en los medios humanos, pero ustedes, hijas amadísimas, procuren colocar siempre su ilimitada y filial confianza sólo en Dios!

Las bendice maternalmente y de gran corazón su cariñosa Madre.

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Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre