Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

Pensamientos

Pensamientos

Pensamientos de Madre Clelia

Pide al Espíritu Santo que te instruya en la Sabíduria…

Queridísima hija en Jesucristo,

Debes pedir al Espíritu Santo que te instruya en la sabiduría cristiana, pídele con insistencia para que Él te inspire el amor y la práctica de la misma.
Esta sabiduría, que es la de los Santos, es la vida y la paz del alma, la maestra,
el centinela y la guía de las virtudes. Y tú, hija mía, ¿sabes en qué consiste la
sabiduría cristiana? Ésta consiste:

1º- en proponerte, como fin primario y principal de todas tus acciones, la gloria de Dios y tu salvación eterna; debes considerar todas las cosas creadas y todos los acontecimientos como medios dispuestos para alcanzar este fin. El mismo Jesús nos dice: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Recuerda, hija, que todo lo que no apunta a la salvación eterna y a la gloria de Dios, es nada y no debe ser tenido en consideración.

2º- La sabiduría cristiana consiste en usar los medios más eficaces para conseguirla, no los que nos ofrecen nuestros sentidos o nuestra razón desprovista de fe, sino los que nos muestran las santas y verdaderas enseñanzas del Evangelio y los ejemplos de Jesucristo; en fin, la regla de toda perfección está en buscar en todas las cosas la voluntad de Dios. Trata de hacer todo lo que esté a tu alcance para someterte a aquella santa sabiduría con amor y obediencia. En las cosas en las que la voluntad de Dios se manifiesta claramente, es mejor que prefieras para ti: el desprecio a los
honores, la pobreza a las riquezas o comodidades de la vida, el sufrimiento al
placer; porque así actuaba tu divino Esposo Jesús.

3º- Tú debes vigilar para no dejar escapar las ocasiones de poner en práctica estos medios; debes vigilar sobre las pequeñas ocasiones como en las grandes, para ser igualmente fiel en todas; vigila sobre tus palabras para no decir más que cosas útiles y siempre para tu bien y el de las almas; vigila atentamente sobre tus acciones, para que todas sean bien hechas; sobre tus intenciones, para que tengan en vista la gloria de Dios, la santificación de tu alma y un santo celo para hacer el bien a las almas; vigila especialmente sobre ti misma para no dejarte sorprender jamás por el enemigo.

Si tú invocas al Espíritu Santo, que es la sabiduría divina, Él vendrá a ti y te colmará de su luz. Cuando su santa luz ilumine tu inteligencia y tu espíritu, entonces te sentirás impulsada, deseosa de recorrer el camino de la santidad, y todo
aquello que te rodea, te parecerá barro y podredumbre.

La sabiduría cristiana es bella a los ojos de Dios por la inocencia de vida que nos enseña, por la rectitud y el candor de las intenciones que inspira; bella a los ojos de las personas que no pueden negarle su estima, y a las cuales ella lleva a amar la
Religión; bella en si misma por su noble simplicidad, por la altura de sus sentimientos, por las grandes virtudes que inspira y por la gloria eterna a la que conduce. A través de la sabiduría cristiana todos podemos salvarnos, mientras que sin ella, nos condenamos. Recibiendo la sabiduría cristiana serás feliz en la vida presente; tendrás el corazón en paz y la conciencia tranquila; por medio de ella, gustarás las deliciosas alegrías de la inocencia y de la amistad de Dios. Sin esta santa ciencia, no encontrarás sino vanidad y aflicción de espíritu, te sentirás torturada por los remordimientos y descontenta contigo misma, despreciada, humillada, perdiendo hasta el respeto hacia ti misma, que es la más grande desgracia que puede ocurrirle a un alma.

¡Qué preciosa es la sabiduría cristiana! Pide insistentemente a Dios la gracia de que ella presida todos tus consejos, todos tus razonamientos y todos los actos de tu
vida. Cuando me escribas, percibiré, por tu escrito, si haz recibido esta gracia indispensable para quien debe recorrer el camino de la perfección. Ofrece a Dios todos los sacrificios que la generosidad de tu corazón te sugiere para alcanzar esta gracia, ya que es de suma importancia para la santificación de tu alma.

Te bendigo de gran corazón y contigo a todas estas buenas hijas. Hagan cada una por nueve primeros viernes la Comunión Sacramental según las intenciones de su pobre y cariñosa Madre.

Gustar el Señor para enamorarse de su voluntad

Querida hija en Jesucristo,

Tú debes confiar mucho en el Señor, el cual, llamándote, te dice: “Ven a mí, tú que estás cansada y agobiada, y yo te recrearé. Tú que tienes sed, ven a la fuente.”

Sigue esta moción y vocación divina, esperando con ella el impulso del Espíritu Santo, de modo que, resueltamente y a ojos cerrados, te lances en el mar eterno y beneplácito de la divina Providencia, pidiendo que ésta se cumpla en ti, y así seas llevada por las olas poderosísimas de la voluntad divina, sin oponer resistencia alguna y seas transportada al puerto de tu particular perfección y salvación. Después de repetir muchas veces al día este acto, esfuérzate y estudia con la mayor precisión que puedas, tanto interior como exteriormente, cómo acercarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te incitan y te hacen alabar a Dios.

Estos actos sean siempre sin fuerza y violencia de tu corazón, para que estos ejercicios indiscretos e inoportunos, no te debiliten y tal vez te insensibilicen, haciéndote incapaz de alabar a Dios.

Ten cuidado de no buscar forzadamente la presencia de lágrimas y otras devociones sensibles; más bien permanece tranquila en íntima soledad, esperando que se cumpla en ti la Voluntad divina. La llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales es la negación de sí misma en todo tiempo y en cada cosa, y con esta misma llave se cierra la puerta de la insipidez y la aridez de mente, cuando ésta es por nuestra culpa; ya que, cuando proviene de Dios, va unida a los otros tesoros del alma.

Procura estar todo lo que puedas con María Santísima a los pies de Jesucristo y escucha lo que Él te dice. Ten cuidado para que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio; ten en cuenta que cuando vas a
buscar a Dios con tu entendimiento, para descansar en Él, no debes poner términos ni límites con tu frágil imaginación, porque Él es infinito, donde sea que se encuentre. Siempre que lo busques con sinceridad, es decir, cuando lo busques a Él y no a ti misma, lo encontrarás en lo íntimo de tu alma.

En la meditación, no estés condicionada a los puntos de la misma, de modo que no quieras meditar otra cosa; antes bien, detente donde sientas gozo espiritual y saborea al Señor, en el modo como Él querrá comunicarse contigo.

Si por acaso dejases lo que te habías propuesto hacer, no tengas escrúpulos, porque la finalidad de estos ejercicios es gustar del Señor; siempre con la intención de no proponerse ese saborear como fin principal, sino el enamorarse más de sus obras, con el firme propósito de imitarlo en todo lo que nos sea posible.

Uno de los obstáculos para la verdadera paz y quietud es la ansiedad que se asume en tales obras sujetando el espíritu y arrastrándolo detrás de esta o aquella cosa, imponiéndole a Dios que nos conduzca por el camino que queremos, y esforzándonos a caminar hacia donde nos lleva nuestra imaginación, con la ilusión de que estamos haciendo su Voluntad. Esto no es otra cosa que buscar a Dios huyendo de Dios, y querer contentar a Dios sin hacer su voluntad.

Tú, hija, no debes tener otro objetivo ni deseo que buscar a Dios; y donde Él se te manifieste, deja todo y no vayas más allá de lo que te está permitido; olvida todo lo demás y reposa en Jesús.

Medita bien sobre todo lo que te escribí y a los pies de Jesús Sacramentado decide si estás bien dispuesta a hacer la Voluntad divina o a seguir la tuya.

Te bendigo de corazón, tu cariñosa Madre.

La prueba no será larga

Querida hija en Jesucristo,

“No te desalientes, hija mía. Así como Jesús quiere probar tu fidelidad, así te priva, por un cierto tiempo, de su presencia sensible. Él obró así también con su misma Madre. Jesús había intuido el dolor que le habría causado su ausencia, asimismo se alejó de ella por algunos días y permaneció en el Templo sin que Ella lo supiese.
Si a Jesús, que es todo amor, le gusta probarte del mismo modo, no te angusties, ármate de coraje, y espera pacientemente su retorno.”

Aunque Èl esté siempre cerca de ti para ayudarte cada vez que le pidas ayuda, es bueno que Èl, de vez en cuando, simule alejarse, para que comprendas cuán desgraciada serías si lo perdieses de hecho.

Cuando Jesús favorece un alma con sus consolaciones, lo hace para confortarla en sus penas. Pero cuando permite que èsta sea abandonada en la aridez y en la desolación, lo hace para que no se ensoberbezca por la bondad que Èl tiene por ella.

Todas, o casi todas, las almas que siguieron fielmente a Jesús sintieron semejantes altibajos de alegría y tristeza, de devoción y de aridez, de paz y de tentación. Cuando parecía que Jesús se alejaba de ellas, simulando abandonar a estas almas queridas a sí mismas, ellas sentían toda su debilidad; pero no sé desanimaban porque estaban seguras de la ayuda de Jesús. Cuando la gracia de Jesús te sostenía con las dulzuras y las consolaciones, caminabas con placer y felicidad; pero tú harás mayor progreso en la virtud ahora que Él te prueba con la aridez, siempre que aceptes con paciencia, humildad y sumisión ese estado de abandono en que Jesús parece querer dejarte. Es verdad que este estado es triste, porque tal vez sea más un castigo que una prueba, sin embargo, hija, no te desanimes, sino que confía y espera firmemente y la prueba no será larga, como no lo fue para María su Madre. Imita la solicitud que tuvo esta Madre divina en buscar a su Hijo. Búscalo, como Ella, con un santo deseo y una santa impaciencia de encontrarlo; no murmures nunca, Jesús nada te debe, y si profieres algún lamento, que sea, a ejemplo de María, un lamento de amor.

Quiero creer que Jesús no se haya alejado de ti a causa de alguna infidelidad tuya, pero si esto fuese así, pídele perdón y ejercítate en alguna penosa humillación.
Promete a Jesús que, de ahora en adelante, pondrás más atención en evitar todo lo que pueda disgustarlo. Dile que cualquiera sea el motivo de su conducta respecto tuyo, estás dispuesta a ser probada en el modo y por todo el tiempo que Él lo querrá, con tal que te conceda conservar siempre en tu corazón su santo amor.

Aquello que puedo asegurarte, hija mía, es que Jesús te ama con amor de predilección; por ende, trata de no desmerecer nunca semejante gracia, manteniéndote siempre vigilante para no cometer ni la más pequeña infidelidad a la gracia, como te lo desea de gran corazón quien, bendiciéndote maternalmente, goza al declararse en Jesús.

Tu cariñosa Madre

En Dios está nuestra esperanza… ¡Él es nuestra fuerza!

Queridas hijas en Jesucristo,

¿Por qué lloran ante todas las más pequeñas contrariedades? El llorar por una pequeñez revela un espíritu débil, privado de aquella solidez que es necesaria a las almas que se han consagrado a Dios e inmolado sobre el altar del sacrificio.

Sí, hijas queridas, lloremos por todos nuestros pecados pasados, por nuestras miserias presentes, por la incertidumbre de alcanzar nuestra salvación eterna, por el abuso de las gracias, por lo poco que progresamos en la virtud.

Dios nos visita cada día con tantas luces, con tantas inspiraciones de su gracia, con santas instrucciones, con buenas lecturas, con santos ejemplos, con los bienes y males que nos manda, unos para hacernos sentir su bondad, los otros para recordarnos su justicia, y es motivo digno de lágrimas no descubrir estas gracias y hacerlas inútiles.

¡Oh, hijas mías! ¡Cuán dignas de compasión somos! ¡Qué desgracia la nuestra la de haber desconocido tan frecuentemente las visitas del Señor! Lloremos, hijas, por nosotras mismas, como Jesucristo lloró por Jerusalén, y convirtámonos a Dios de una buena vez.

El designio que Él tiene al hacernos ver nuestras miserias, es aquel de llevar nuestra alma a la práctica de la humildad, a la penitencia, a la reforma completa de nuestra vida; ¡y sería un gran mal el nuestro si no obtuviésemos de esta visita otra cosa que despecho, desconsuelo, desánimo! Oh, hijas!, lloremos pues, porque somos miserables, pero que nuestro llanto siempre esté acompañado por el firme propósito de cambiar para mejor nuestra vida, practicando la humildad y confiando siempre en la divina misericordia.

¿No se dan cuenta, hijas, que a pesar de los auxilios ordinarios de Dios, todavía
somos la debilidad personificada? ¿No es tal vez verdad que aún con todas las gracias que recibimos de Dios, caemos frecuentemente, y nuestra vida está llena de debilidades deplorables?

Hijas mías, nosotras nos asemejamos a un paralítico, que no puede moverse sino con la ayuda de una mano amiga; y aún cuando esta mano se nos presenta, frecuentemente no queremos dejarnos conducir por ella. Las mínimas tentaciones nos abaten; una imaginación, un pensamiento, una mirada, un mal ejemplo, una crítica, nos hace caer; la más pequeña pasión nos arrastra al pecado; la mínima dificultad nos detiene en el camino de la virtud.

¡Vean, entonces, hijas, cuán débiles somos! Con la oración, podríamos obtener una gracia más poderosa, que nos haría triunfar de nuestras debilidades, pero ¡ay de mí!
Esta es una de nuestras más grandes miserias ¡rezamos tan poco, rezamos tan mal! ¿Qué hacer, entonces, sino humillarnos delante de Dios a la vista de nuestra impotencia, desconfiar de nosotras mismas y reconocernos incapaces de todo bien si confiamos en nuestras solas fuerzas, capaces de todo mal si la gracia no nos sostiene para vigila.

Hijas queridas, huyamos de las ocasiones de (…) y pongamos todas nuestras esperanzas en Dios, pues sólo Él es nuestra fuerza, esperando todo de Él.
Roguémosle, entonces, con toda la efusión de nuestra alma, que tenga piedad de nuestras miserias y que nos sane completamente.

¡Dejen que los otros confíen en los medios humanos, pero ustedes, hijas amadísimas, procuren colocar siempre su ilimitada y filial confianza sólo en Dios!

Las bendice maternalmente y de gran corazón su cariñosa Madre.

En los días de prueba reanima tu confianza

Querida hija en Jesucristo,

Aleja, hija mía, este temor tuyo de que Dios te haya abandonado. ¡No, hija! Jesús te ama y con amor de predilección. No debes afligirte si Jesús todavía no te ha escuchado. Con frecuencia Jesús no concede inmediatamente lo que se le pide, pero no por eso deja de amarte, es más, te concede otras gracias que ni siquiera imaginas. Sea como fuere, tú debes sufrir en paz estas demoras, sin que se debilite tu confianza filial y sumisión a su santísima voluntad, virtudes que tanto agradan a Jesús. Él nos prometió su ayuda en toda circunstancia, y que jamás será Él quien nos abandone.

Si, por lo tanto, Jesús tarda en escucharte y parece que te niega la gracia que le pediste, debes convencerte que esto está en los designios de su paternal amor hacia ti. Él quiere probarte, aumentar tu fe, acrecentar tus méritos y formarte con el
ejercicio de la paciencia. No te permitas lamento alguno, ni exterior ni interiormente, sino que adora sus designios y bendícelo siempre. En los días de
prueba reanima tu confianza. Recuerda que Dios prometió su auxilio a la oración perseverante, y la perseverancia tiene su razón de ser justamente cuando Dios tarda en concedernos sus gracias.

Deberías rezar a Jesús así: “Sí, Dios mío, sólo porque tardas en escucharme, espero que me escucharás; y cuanto más me rechaces, tanto más me abandonaré con ardor confidencial entre tus brazos paternos.”

Ahora debo decirte que estés muy atenta, pues existe un ladrón muy astuto que podría asaltarte y hacerte caer en cualquier momento. Dicho ladrón es muy peligroso y se llama: amor propio. Si para desgracia tuya, se hiciese sentir a través de su aliento pestífero, refúgiate inmediatamente entre los brazos de Jesús y encomiéndate a Él, para que corra en tu ayuda y te libre de aquel ladrón.

Te bendigo maternalmente y contigo a todas las Hermanas de esa casa, deseando a todas las más selectas bendiciones del Corazón de Jesús para que lo amen más y no lo disgusten nunca y nunca más.

En Jesús me quedo. Tu cariñosa Madre

Como una ovejita perdida

Querida hija en Jesucristo,

Ya te dije y te lo repito que tú tienes extrema necesidad de desconfiar de ti misma y de lanzarte con una plena confianza en el Corazón de Jesús, esperando sólo de Él cualquier bien, ayuda y victoria. Y así como de ti, que no eres nada, no te es lícito esperar otra cosa que continúas caídas, por eso debes desconfiar de hecho de ti misma;de tal manera podrás conseguir del amoroso divino Jesús grandes victorias, con tal que, para obtener su ayuda, armes tu corazón de una filial confianza en Él. Y esta (confianza) podrás obtenerla primeramente pidiéndola con humildad a Jesús; segundo, trasportándote para ver con el ojo de la fe la omnipotencia y sabiduría infinita de Dios a quien nada es imposible y difícil; y que siendo Él la bondad personificada esta siempre pronto a dar de hora en hora y de momento en momento todo lo que necesitas para la vida espiritual y para la total victoria de ti misma, con tal que tú con plena confianza te lances entre sus brazos amorosos.

Y ¿cómo puede ser posible que nuestro Divino Pastor, el cual durante treinta y tres años corrió detrás de la ovejita perdida con gritos tan fuertes hasta quedar ronco, y por caminos tan fatigoso y espinoso que derramó toda la sangre y dejó su vida, ahora que tú, hija querida, cual ovejita suya vas detrás de Él, obedeciendo sus mandatos, o sea con el deseo de obedecerlo, llamándolo y pidiéndole, que Él no te vuelva aquellos sus ojos de vida que no te escuche y no te ponga sobre sus divina espaldas, haciendo fiesta con todos sus vecinos y Ángeles del Cielo?

¿Cómo es posible, pues, que Jesús abandone aquella ovejita perdida, la cual bala fuertemente llamando a su Pastor? ¿Cómo es posible creer que Jesús, el cual llama continuamente al corazón del hombre con el deseo de entrar y cenar comunicándole sus dones, que abriéndole pues el corazón e invitándolo, Él se haga realmente el sordo y no quiera entrar?

Escucha hija mía: Cuando se te ocurra hacer alguna cosa, emprender algún combate y vencerte a ti misma, antes que te resuelvas hacerlo vuélvete con el pensamiento a tu debilidad, y luego mirando hacia el poder, sabiduría y bondad divina, y confiando en
esta, decídete a combatir y a obrar generosamente, con estas armas en la mano y con la oración, combate y actúa generosamente.

No cese de repetir con la mente y el corazón esta breve oración: “Sangre y Llagas de mi Jesús, sean mi fuerza mi sostén, mis armas en los combates espirituales, morales,
físicos y temporales. Sean mis victorias, mis méritos y mis virtudes”.

Dirás a tu buena Superiora, y a tus Hermanas, que les mando la Bendición a todas, sin excluir a ninguna a fin de que se alejen todas de cualquier sombra de pecado y recorran todas con paso de gigante el estrecho camino de los Santos, según los designios de Dios sobre cada una de ustedes.

Imploro sobre ustedes, hijas, la materna bendición de María Santísima, para que sus corazones, bendecidos por Ella, se tornen fecundos en flores y frutos de verdadera santidad.

En todo y por doquier la caridad

Practiquen la caridad con el rostro dulce y sereno, con aire amable, con palabras dulces y cordiales; usen la caridad indulgente, procurando ver siempre el lado positivo e interpretando favorablemente todo lo que se dice; excusando a los otros siempre que la prudencia se lo permita, aún a costa de ustedes mismas.

No deben demostrar desagrado ante la rudeza o enfermedad del prójimo; deben aceptar con amabilidad y dulzura los consejos, las reprensiones, las mortificaciones cualquiera que sean; estén en guardia sobre sus palabras y sobre sus actitudes, para no decir nada ni hacer nada que pueda desagradar, y decir y hacer todo con la amabilidad que la conciencia les permita; deben demostrarles afecto, servirlos con alegría, interesarse caritativamente de todo lo que les ocurre.

Cuando los otros hablan, deben escucharlos sin permitirse interrumpir sus palabras; deben adherir voluntariamente a sus opiniones, siempre que lo permita la conciencia; eviten hablar de ustedes mismas o de lo que pueda atraerles la estima y alabanza de los demás.

Hagan en modo que el celo por el bien tienda a santificar la conversación, consolando al prójimo en sus tristezas, animándolo en sus dudas, fortificándolo en sus debilidades, alentándolo en sus abatimientos, dándole buenos consejos, exhortándolo a volver a Dios y a la virtud.

No deben tratar a nadie con arrogancia ni austeridad, ni contradecir lo que digan los demás; en fin, debemos comportarnos de modo que ninguno tenga que lamentarse de nosotras, que todos queden edificados con nuestro modo de proceder.

Si las personas con las cuales conversan les disgustan, es necesario esconder, bajo un semblante jovial, la repugnancia interior que ellas les inspiran y no dejar translucir nada de triste, de aburrido, de austero en nuestras palabras ni en nuestros actos, porque la caridad nos obliga a compadecerlos y a darles buen ejemplo para que se enmienden de aquellos defectos por los cuales se hacen despreciables.

Hagan que sus conversaciones sean edificantes. Sus bocas deben expresar los sentimientos de sus corazones.

Las bendigo a todas de gran corazón y en Jesús quedo su cariñosa Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre

Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.