Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

La prueba no será larga

Querida hija en Jesucristo,

“No te desalientes, hija mía. Así como Jesús quiere probar tu fidelidad, así te priva, por un cierto tiempo, de su presencia sensible. Él obró así también con su misma Madre. Jesús había intuido el dolor que le habría causado su ausencia, asimismo se alejó de ella por algunos días y permaneció en el Templo sin que Ella lo supiese.
Si a Jesús, que es todo amor, le gusta probarte del mismo modo, no te angusties, ármate de coraje, y espera pacientemente su retorno.”

Aunque Èl esté siempre cerca de ti para ayudarte cada vez que le pidas ayuda, es bueno que Èl, de vez en cuando, simule alejarse, para que comprendas cuán desgraciada serías si lo perdieses de hecho.

Cuando Jesús favorece un alma con sus consolaciones, lo hace para confortarla en sus penas. Pero cuando permite que èsta sea abandonada en la aridez y en la desolación, lo hace para que no se ensoberbezca por la bondad que Èl tiene por ella.

Todas, o casi todas, las almas que siguieron fielmente a Jesús sintieron semejantes altibajos de alegría y tristeza, de devoción y de aridez, de paz y de tentación. Cuando parecía que Jesús se alejaba de ellas, simulando abandonar a estas almas queridas a sí mismas, ellas sentían toda su debilidad; pero no sé desanimaban porque estaban seguras de la ayuda de Jesús. Cuando la gracia de Jesús te sostenía con las dulzuras y las consolaciones, caminabas con placer y felicidad; pero tú harás mayor progreso en la virtud ahora que Él te prueba con la aridez, siempre que aceptes con paciencia, humildad y sumisión ese estado de abandono en que Jesús parece querer dejarte. Es verdad que este estado es triste, porque tal vez sea más un castigo que una prueba, sin embargo, hija, no te desanimes, sino que confía y espera firmemente y la prueba no será larga, como no lo fue para María su Madre. Imita la solicitud que tuvo esta Madre divina en buscar a su Hijo. Búscalo, como Ella, con un santo deseo y una santa impaciencia de encontrarlo; no murmures nunca, Jesús nada te debe, y si profieres algún lamento, que sea, a ejemplo de María, un lamento de amor.

Quiero creer que Jesús no se haya alejado de ti a causa de alguna infidelidad tuya, pero si esto fuese así, pídele perdón y ejercítate en alguna penosa humillación.
Promete a Jesús que, de ahora en adelante, pondrás más atención en evitar todo lo que pueda disgustarlo. Dile que cualquiera sea el motivo de su conducta respecto tuyo, estás dispuesta a ser probada en el modo y por todo el tiempo que Él lo querrá, con tal que te conceda conservar siempre en tu corazón su santo amor.

Aquello que puedo asegurarte, hija mía, es que Jesús te ama con amor de predilección; por ende, trata de no desmerecer nunca semejante gracia, manteniéndote siempre vigilante para no cometer ni la más pequeña infidelidad a la gracia, como te lo desea de gran corazón quien, bendiciéndote maternalmente, goza al declararse en Jesús.

Tu cariñosa Madre

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Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre