Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

Gustar el Señor para enamorarse de su voluntad

Querida hija en Jesucristo,

Tú debes confiar mucho en el Señor, el cual, llamándote, te dice: “Ven a mí, tú que estás cansada y agobiada, y yo te recrearé. Tú que tienes sed, ven a la fuente.”

Sigue esta moción y vocación divina, esperando con ella el impulso del Espíritu Santo, de modo que, resueltamente y a ojos cerrados, te lances en el mar eterno y beneplácito de la divina Providencia, pidiendo que ésta se cumpla en ti, y así seas llevada por las olas poderosísimas de la voluntad divina, sin oponer resistencia alguna y seas transportada al puerto de tu particular perfección y salvación. Después de repetir muchas veces al día este acto, esfuérzate y estudia con la mayor precisión que puedas, tanto interior como exteriormente, cómo acercarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te incitan y te hacen alabar a Dios.

Estos actos sean siempre sin fuerza y violencia de tu corazón, para que estos ejercicios indiscretos e inoportunos, no te debiliten y tal vez te insensibilicen, haciéndote incapaz de alabar a Dios.

Ten cuidado de no buscar forzadamente la presencia de lágrimas y otras devociones sensibles; más bien permanece tranquila en íntima soledad, esperando que se cumpla en ti la Voluntad divina. La llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales es la negación de sí misma en todo tiempo y en cada cosa, y con esta misma llave se cierra la puerta de la insipidez y la aridez de mente, cuando ésta es por nuestra culpa; ya que, cuando proviene de Dios, va unida a los otros tesoros del alma.

Procura estar todo lo que puedas con María Santísima a los pies de Jesucristo y escucha lo que Él te dice. Ten cuidado para que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio; ten en cuenta que cuando vas a
buscar a Dios con tu entendimiento, para descansar en Él, no debes poner términos ni límites con tu frágil imaginación, porque Él es infinito, donde sea que se encuentre. Siempre que lo busques con sinceridad, es decir, cuando lo busques a Él y no a ti misma, lo encontrarás en lo íntimo de tu alma.

En la meditación, no estés condicionada a los puntos de la misma, de modo que no quieras meditar otra cosa; antes bien, detente donde sientas gozo espiritual y saborea al Señor, en el modo como Él querrá comunicarse contigo.

Si por acaso dejases lo que te habías propuesto hacer, no tengas escrúpulos, porque la finalidad de estos ejercicios es gustar del Señor; siempre con la intención de no proponerse ese saborear como fin principal, sino el enamorarse más de sus obras, con el firme propósito de imitarlo en todo lo que nos sea posible.

Uno de los obstáculos para la verdadera paz y quietud es la ansiedad que se asume en tales obras sujetando el espíritu y arrastrándolo detrás de esta o aquella cosa, imponiéndole a Dios que nos conduzca por el camino que queremos, y esforzándonos a caminar hacia donde nos lleva nuestra imaginación, con la ilusión de que estamos haciendo su Voluntad. Esto no es otra cosa que buscar a Dios huyendo de Dios, y querer contentar a Dios sin hacer su voluntad.

Tú, hija, no debes tener otro objetivo ni deseo que buscar a Dios; y donde Él se te manifieste, deja todo y no vayas más allá de lo que te está permitido; olvida todo lo demás y reposa en Jesús.

Medita bien sobre todo lo que te escribí y a los pies de Jesús Sacramentado decide si estás bien dispuesta a hacer la Voluntad divina o a seguir la tuya.

Te bendigo de corazón, tu cariñosa Madre.

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Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre