Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

En todo y por doquier la caridad

Practiquen la caridad con el rostro dulce y sereno, con aire amable, con palabras dulces y cordiales; usen la caridad indulgente, procurando ver siempre el lado positivo e interpretando favorablemente todo lo que se dice; excusando a los otros siempre que la prudencia se lo permita, aún a costa de ustedes mismas.

No deben demostrar desagrado ante la rudeza o enfermedad del prójimo; deben aceptar con amabilidad y dulzura los consejos, las reprensiones, las mortificaciones cualquiera que sean; estén en guardia sobre sus palabras y sobre sus actitudes, para no decir nada ni hacer nada que pueda desagradar, y decir y hacer todo con la amabilidad que la conciencia les permita; deben demostrarles afecto, servirlos con alegría, interesarse caritativamente de todo lo que les ocurre.

Cuando los otros hablan, deben escucharlos sin permitirse interrumpir sus palabras; deben adherir voluntariamente a sus opiniones, siempre que lo permita la conciencia; eviten hablar de ustedes mismas o de lo que pueda atraerles la estima y alabanza de los demás.

Hagan en modo que el celo por el bien tienda a santificar la conversación, consolando al prójimo en sus tristezas, animándolo en sus dudas, fortificándolo en sus debilidades, alentándolo en sus abatimientos, dándole buenos consejos, exhortándolo a volver a Dios y a la virtud.

No deben tratar a nadie con arrogancia ni austeridad, ni contradecir lo que digan los demás; en fin, debemos comportarnos de modo que ninguno tenga que lamentarse de nosotras, que todos queden edificados con nuestro modo de proceder.

Si las personas con las cuales conversan les disgustan, es necesario esconder, bajo un semblante jovial, la repugnancia interior que ellas les inspiran y no dejar translucir nada de triste, de aburrido, de austero en nuestras palabras ni en nuestros actos, porque la caridad nos obliga a compadecerlos y a darles buen ejemplo para que se enmienden de aquellos defectos por los cuales se hacen despreciables.

Hagan que sus conversaciones sean edificantes. Sus bocas deben expresar los sentimientos de sus corazones.

Las bendigo a todas de gran corazón y en Jesús quedo su cariñosa Madre.

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Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre