Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

Pide al Espíritu Santo que te instruya en la Sabíduria…

Queridísima hija en Jesucristo,

Debes pedir al Espíritu Santo que te instruya en la sabiduría cristiana, pídele con insistencia para que Él te inspire el amor y la práctica de la misma.
Esta sabiduría, que es la de los Santos, es la vida y la paz del alma, la maestra,
el centinela y la guía de las virtudes. Y tú, hija mía, ¿sabes en qué consiste la
sabiduría cristiana? Ésta consiste:

1º- en proponerte, como fin primario y principal de todas tus acciones, la gloria de Dios y tu salvación eterna; debes considerar todas las cosas creadas y todos los acontecimientos como medios dispuestos para alcanzar este fin. El mismo Jesús nos dice: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Recuerda, hija, que todo lo que no apunta a la salvación eterna y a la gloria de Dios, es nada y no debe ser tenido en consideración.

2º- La sabiduría cristiana consiste en usar los medios más eficaces para conseguirla, no los que nos ofrecen nuestros sentidos o nuestra razón desprovista de fe, sino los que nos muestran las santas y verdaderas enseñanzas del Evangelio y los ejemplos de Jesucristo; en fin, la regla de toda perfección está en buscar en todas las cosas la voluntad de Dios. Trata de hacer todo lo que esté a tu alcance para someterte a aquella santa sabiduría con amor y obediencia. En las cosas en las que la voluntad de Dios se manifiesta claramente, es mejor que prefieras para ti: el desprecio a los
honores, la pobreza a las riquezas o comodidades de la vida, el sufrimiento al
placer; porque así actuaba tu divino Esposo Jesús.

3º- Tú debes vigilar para no dejar escapar las ocasiones de poner en práctica estos medios; debes vigilar sobre las pequeñas ocasiones como en las grandes, para ser igualmente fiel en todas; vigila sobre tus palabras para no decir más que cosas útiles y siempre para tu bien y el de las almas; vigila atentamente sobre tus acciones, para que todas sean bien hechas; sobre tus intenciones, para que tengan en vista la gloria de Dios, la santificación de tu alma y un santo celo para hacer el bien a las almas; vigila especialmente sobre ti misma para no dejarte sorprender jamás por el enemigo.

Si tú invocas al Espíritu Santo, que es la sabiduría divina, Él vendrá a ti y te colmará de su luz. Cuando su santa luz ilumine tu inteligencia y tu espíritu, entonces te sentirás impulsada, deseosa de recorrer el camino de la santidad, y todo
aquello que te rodea, te parecerá barro y podredumbre.

La sabiduría cristiana es bella a los ojos de Dios por la inocencia de vida que nos enseña, por la rectitud y el candor de las intenciones que inspira; bella a los ojos de las personas que no pueden negarle su estima, y a las cuales ella lleva a amar la
Religión; bella en si misma por su noble simplicidad, por la altura de sus sentimientos, por las grandes virtudes que inspira y por la gloria eterna a la que conduce. A través de la sabiduría cristiana todos podemos salvarnos, mientras que sin ella, nos condenamos. Recibiendo la sabiduría cristiana serás feliz en la vida presente; tendrás el corazón en paz y la conciencia tranquila; por medio de ella, gustarás las deliciosas alegrías de la inocencia y de la amistad de Dios. Sin esta santa ciencia, no encontrarás sino vanidad y aflicción de espíritu, te sentirás torturada por los remordimientos y descontenta contigo misma, despreciada, humillada, perdiendo hasta el respeto hacia ti misma, que es la más grande desgracia que puede ocurrirle a un alma.

¡Qué preciosa es la sabiduría cristiana! Pide insistentemente a Dios la gracia de que ella presida todos tus consejos, todos tus razonamientos y todos los actos de tu
vida. Cuando me escribas, percibiré, por tu escrito, si haz recibido esta gracia indispensable para quien debe recorrer el camino de la perfección. Ofrece a Dios todos los sacrificios que la generosidad de tu corazón te sugiere para alcanzar esta gracia, ya que es de suma importancia para la santificación de tu alma.

Te bendigo de gran corazón y contigo a todas estas buenas hijas. Hagan cada una por nueve primeros viernes la Comunión Sacramental según las intenciones de su pobre y cariñosa Madre.

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Así como nosotros perdonamos…

Queridas hijas en Jesucristo,

Hijas mías, recuerden que la tolerancia mutua hace parte del precepto de la Caridad. Estas dos cosas están de tal manera unidas entre sí que sin la tolerancia mutua no sería posible la caridad y sería preciso cancelar el precepto del Evangelio; porque toda criatura, aquí en la tierra, tiene sus defectos y sus imperfecciones, no habiendo Ángeles sino en el Cielo; si ustedes no soportan los defectos y las imperfecciones ajenas, rompen aquel lazo y la caridad es destruida.

Cada una tiene su constitución particular; las inclinaciones y los temperamentos no son los mismos; los juicios y los modos de sentir se contradicen, las voluntades se chocan unas con otras, los gustos son variados. Entonces, entre tantos elementos contrarios, la fusión de los corazones hasta formar un solo corazón y una sola alma, como lo manda la caridad, no es posible hasta que los hombres no soportan mutuamente sus debilidades, y no toleran, en espíritu de caridad y de paciencia, lo que ofende, lo que disgusta, lo que contradice los propios gustos y al propio humor.

Sin esta tolerancia mutua, la unión de los corazones sería más que imposible, como lo es la fusión del agua con el fuego, de la luz con las tinieblas; necesariamente habría entre ellos división, peleas, discordia.

Sopórtense, pues, unas a otras con gran humildad; y eso excluirá las susceptibilidades y pretensiones; háganlo con dulzura y paciencia y así eliminarán las murmuraciones y rezongos, las críticas, las ironías, los roces punzantes, las antipatías y las impaciencias ante los disgustos recibidos; háganlo con gran caridad y eso les enseñará a tratar al prójimo como quisieran ser tratadas ustedes mismas…..porque Dios no será indulgente con nuestros defectos sino en la medida en que hayamos sido indulgentes con los defectos de nuestros hermanos. Si nosotros no soportamos al prójimo, Dios no nos soportará a nosotros; si no simpatizamos con los
otros, Dios no simpatizará con nosotros.

Nosotras mismas, hijas, reconocemos el imperio de esta ley, ya que decimos: perdónanos, oh Señor, nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. Debemos, pues, ser indulgentes hacia nuestras culpas con la misma medida de nuestra indulgencia hacia las culpas ajenas. La misma justicia nos obliga a la tolerancia mutua.

¿Quién no siente la necesidad para sí misma de la ley de la tolerancia, de esta ley protectora de la debilidad humana? Ahora, si queremos que sea observada para con nosotras, ¿no es una verdadera injusticia el no querer observarla hacia nuestro prójimo?

Nos lamentamos de las imperfecciones ajenas ¿y no queremos que los demás se lamenten de las nuestras? De su carácter y de su humor, pero ¿no tenemos también nosotros momentos críticos? De su impulsividad, de su falta de cortesía, pero ¿no caemos también nosotras bajo el ímpetu de un lenguaje demasiado impulsivo y descortés?

Está mal, hijas, más aún malísimo en nosotras querer la perfección en los otros, a tal punto de no poder soportar en ellos una mancha, una imperfección. Hijas, examinen un poco, seriamente, sus conciencias y vean ¿cómo soportan los defectos del prójimo,….

En Jesús quedo su desconsolada Madre.

Lanzarse, a ojos cerrados, en el mar de la Providencia

Querida hija en Jesucristo,

He comprendido todo; ten valor e ilimitada confianza en Dios. Tú, hija querida, debes comenzar de este modo, poco a poco y con suavidad, confiando ilimitadamente en el divino Corazón de Jesús que te llama diciendo: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Todos ustedes, que tienen sed, vengan a la fuente”.

Tú, hija, debes seguir esta moción y vocación divina; debes seguir esperando el ímpetu del Espíritu Santo, para que resueltamente, a ojos cerrados, puedas lanzarte en el mar de esta Providencia divina y del eterno beneplácito, rogando que se cumpla en ti y así, sin oponer resistencia, puedas ser transportada por las potentes olas de la Voluntad divina, y llevada al puerto de tu propia perfección y salvación.

Realizado este acto, que debes repetir muchas veces al día, esfuérzate y estudia con toda la firmeza posible, sea interna como externamente, para aproximarte con todas las potencias de tu alma a las cosas que te estimulan y te hacen apreciar siempre más la bondad, la amabilidad y la infinita caridad de tu amadísimo Jesús.

Estos actos sean siempre sin forzar y violentar tu corazón, a fin de que no te debiliten y tal vez te hagan incapaz.

Cuando puedas, dedícate a la contemplación de la bondad divina y de sus continuos y amorosos beneficios, y recibe con humildad las gracias que, de su inestimable bondad, descenderán en tu alma. Cuídate bien de procurar por fuerza las lágrimas u otras devociones sensibles; más bien, permanece tranquila en la soledad interior, esperando que se cumpla en ti la S. Voluntad de Dios; y cuando te las dará entonces serán dulces, sin esfuerzo de tu parte; y entonces las recibirás, con toda suavidad y serenidad y, sobre todo con toda humildad.

Recuérdate, hija, que la llave con la cual se abren los secretos de los tesoros espirituales, es el saber negarte a ti misma en todo tiempo y en cada cosa; y con esta llave se cierra la puerta a la tibieza y a la aridez de la mente, cuando es por culpa nuestra, porque cuando viene de Dios se unen a los otros tesoros del alma.

Ten por muy querido estar con María, todo el tiempo que puedas, a los pies de Jesucristo y escucha aquello que te dice Jesús. Cuida que tus enemigos (el mayor de los cuales eres tú misma) no te impidan este santo silencio.

Por ahora no te digo nada más pues espero que pondrás en práctica cuanto te he escrito. ¡Ahora te dejo a los pies de Jesús Sacramentado, a fin que, con su fuerza,
te alejes de toda sombra de pecado y recorras el estrecho camino de los santos!

Te bendice de gran corazón
tu cariñosa Madre