Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

El corazón que reconoce a Cristo

Un día se presentó un hombre con un traje un tanto extravagante y la Hermana que fue a abrirle, presa del miedo, se apresuró a cerrar la puerta sin darle limosna. Cuando la Madre se enteró de esto, envió inmediatamente a la Hermana a buscar a aquel pobre hombre por las calles de la ciudad y que diera vueltas hasta encontrarlo para ofrecerle caridad. Afortunadamente pudo encontrarlo, por lo que el asunto terminó en paz. (Testimonio de Hna. Amelia Soria, que siguió a Madre Clelia al exilio)

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Madre Clelia y su amor por los animales

“La Madre era una amante de los pajaritos Tenía varios pichones en su habitación a los que llamaba por sus nombres. Más tarde algunos murieron y otros se fueron volando, pero ella les daba de comer en la ventana y era bonito ver cuando ella se asomaba con su cufia blanca, como una bandada de pajaritos venía revoloteando y se posaba en la terraza de abajo. También sentía compasión por los perros. En Marcelina había muchos, algunos callejeros. Rogaba a las Hermanas de la guardería que trajeran restos de pan, y por la noche uno de ellos venía ladrando bajo la ventana para obtener su cena. También criaba palomas y alimentaba a los pichones con sus manos, dándoles maíz numerado: tres granos, por ejemplo: en honor de la Santísima Trinidad, 7 en honor del Espíritu Santo, etc.” (Testimonio de la Hna. Imelde Stecco, que vivió con la Madre en la época del exilio)

Madre Clelia y los niños

“A los niños que venían a jugar cerca de la casa les lanzaba caramelos y golosinas, y ellos también habían aprendido a llamarla, aunque nunca la habían visto más que desde la ventana.” (Testimonio de la Hna. Imelde Stecco, que vivió con la Madre en la época del exilio)