“La Madre era una amante de los pajaritos Tenía varios pichones en su habitación a los que llamaba por sus nombres. Más tarde algunos murieron y otros se fueron volando, pero ella les daba de comer en la ventana y era bonito ver cuando ella se asomaba con su cufia blanca, como una bandada de pajaritos venía revoloteando y se posaba en la terraza de abajo. También sentía compasión por los perros. En Marcelina había muchos, algunos callejeros. Rogaba a las Hermanas de la guardería que trajeran restos de pan, y por la noche uno de ellos venía ladrando bajo la ventana para obtener su cena. También criaba palomas y alimentaba a los pichones con sus manos, dándoles maíz numerado: tres granos, por ejemplo: en honor de la Santísima Trinidad, 7 en honor del Espíritu Santo, etc.” (Testimonio de la Hna. Imelde Stecco, que vivió con la Madre en la época del exilio)