Cuando el destino arrastró a Madre Clelia al pueblo de Roccagiovine, su exilio entró en una nueva fase de caridad y despojo interior. Las pocas Hermanas que la acompañaron quizá no eran plenamente conscientes del principio de vida que se escondía tras la cruz que se sentían obligadas a llevar. De aquellos años quedan varios relatos evocadores de los lugareños y algunas estampitas recibidas como regalo de los niños de la época. «Ruega a María por mí infeliz”: así reza la inscripción de una estampa del Corazón Inmaculado de María bordada con encajes y regalada a la niña Anita Facioni. La letra, diferente de la de Madre Clelia, sugiere que la frase fue escrita por una de sus Hijas en el exilio. Incluso en el escenario de sufrimiento que proyecta en nuestra mente, no podemos dejar de captar una chispa de luz, esa oración por los demás que es el soporte indispensable de nuestra fe y que la Beata tuvo en el corazón más que nunca en su vida, hasta el punto de escribir en una de sus cartas: «La Comunión de los Santos nos asegura poderosos protectores en el Cielo y hermanos en la tierra.