Con el bautismo, el cristiano recibe, por medio del Espíritu Santo, no sólo el don de la realeza de Cristo, que lo eleva a la dignidad de hijo de reyes, sino también el del sacerdocio y el de la profecía.
Partiendo de la conciencia de estar consagrada ante todo a Dios, a su honor y a su culto, la Beata Clelia trató de hacer resplandecer cada uno de estos carismas. En particular, el don de profecía, que reside ante todo en la capacidad de leer el plan de Dios en los pliegues de la existencia, tenía a menudo en ella el revestimiento de la capacidad sobrenatural de predecir los acontecimientos futuros. Hay muchos testimonios a este respecto. Recordamos uno en particular. La Hna. Rufina Crippa cuenta que Madre Clelia, que llevaba un año de vuelta en la Casa de Roma después de su largo exilio, quiso un día encontrarse con las novicias que habían llegado de Alejandría. Entre ellas estaba Hna. Pía Tonin, que estaba muy preocupada por un hermano que estaba en América y del que no tenía noticias desde hacía varios años. Entrando en la habitación de la Beata, sin preguntar nada, se oyó decir: ” Ten por seguro que tu hermano está vivo y te escribirá pronto”. La Hna. Rufina concluye así su relato: “El asombro fue grande y confirmamos la opinión de que la Madre Fundadora era una santa cuando, de vuelta en Alejandría, la Hna. Pía recibió efectivamente una carta de su hermano tranquilizándola”.