“En los primeros días de nuestra permanencia en Alejandría, una mañana la Madre Fundadora me llamó y me dijo: «Hermana, mira, aquí enfrente debe haber una familia que una vez fue señorial y ahora está arruinada; todos sufren en esa casa. Ve, date prisa; no digas nada a nadie; ve a ver, y a la vuelta infórmame de todo». Dije: «Madre, ¿cómo me presento?; ¿qué digo, puesto que no los conozco?» «Ve, obedece y no hables”. Fui y encontré a una señora que, al ver una Hermana, rompió a llorar y me acompañó a la cama de su hija enferma, para que me contara las desventuras de su familia: su padre estaba desempleado, su hija llevaba varios años enferma y no les quedaba nada para vivir. A mi regreso, informé de todo a la Madre. Desde ese mismo día, la Madre envió comida y cena y continuó en esta obra de caridad durante varios meses, además de hacer todo lo posible para que el marido encontrara trabajo. (Testimonio de la Hna. Diomira Ceresoli)