Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

Una mirada de misericordia

“En los primeros días de nuestra permanencia en Alejandría, una mañana la Madre Fundadora me llamó y me dijo: «Hermana, mira, aquí enfrente debe haber una familia que una vez fue señorial y ahora está arruinada; todos sufren en esa casa. Ve, date prisa; no digas nada a nadie; ve a ver, y a la vuelta infórmame de todo». Dije: «Madre, ¿cómo me presento?; ¿qué digo, puesto que no los conozco?» «Ve, obedece y no hables”. Fui y encontré a una señora que, al ver una Hermana, rompió a llorar y me acompañó a la cama de su hija enferma, para que me contara las desventuras de su familia: su padre estaba desempleado, su hija llevaba varios años enferma y no les quedaba nada para vivir. A mi regreso, informé de todo a la Madre. Desde ese mismo día, la Madre envió comida y cena y continuó en esta obra de caridad durante varios meses, además de hacer todo lo posible para que el marido encontrara trabajo. (Testimonio de la Hna. Diomira Ceresoli)

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Madre Clelia y su amor por los animales

“La Madre era una amante de los pajaritos Tenía varios pichones en su habitación a los que llamaba por sus nombres. Más tarde algunos murieron y otros se fueron volando, pero ella les daba de comer en la ventana y era bonito ver cuando ella se asomaba con su cufia blanca, como una bandada de pajaritos venía revoloteando y se posaba en la terraza de abajo. También sentía compasión por los perros. En Marcelina había muchos, algunos callejeros. Rogaba a las Hermanas de la guardería que trajeran restos de pan, y por la noche uno de ellos venía ladrando bajo la ventana para obtener su cena. También criaba palomas y alimentaba a los pichones con sus manos, dándoles maíz numerado: tres granos, por ejemplo: en honor de la Santísima Trinidad, 7 en honor del Espíritu Santo, etc.” (Testimonio de la Hna. Imelde Stecco, que vivió con la Madre en la época del exilio)

Madre Clelia y los niños

“A los niños que venían a jugar cerca de la casa les lanzaba caramelos y golosinas, y ellos también habían aprendido a llamarla, aunque nunca la habían visto más que desde la ventana.” (Testimonio de la Hna. Imelde Stecco, que vivió con la Madre en la época del exilio)