A finales de los años sesenta, las Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús compartían un profundo deseo, el de poder dar por fin el paso decisivo para iniciar el proceso de beatificación de su amada Fundadora. Sin embargo, los obstáculos de todo tipo que seguían interponiéndose en el camino no hacían sino infundirles una duda que las consumía, y era que la meta podría no responder a la voluntad de Dios. Sin embargo, en esos continuos “si” que la historia parecía ir trazando en el tortuoso camino del Instituto, se iba abriendo paso un magnífico “sí”, un “fiat” que abriría de par en par las puertas de la gracia. En las notas de la Hna. Redenta Libutti, una de las Hermanas que más trabajó por la causa en aquella época, encontramos huellas significativas de ello. De hecho, la pregunta explícita fue formulada a dos importantes místicos de la época, el salesiano P. Giuseppe Tomaselli -gran sanador y exorcista- y el Padre Pío, quienes confirmaron que habían percibido un verdadero pronunciamiento divino en sus corazones: “Sí, es mi voluntad, traten de hacer todo lo posible”.