Vida, obra y espiritualidad de la Madre Clelia Merloni

Humildad y conformidad con Cristo

Quien haya tenido la suerte de leer el diario de Madre Clelia, fruto luminoso de los años de exilio, se habrá sorprendido por la centralidad de la dimensión de la humildad, perseguida con tanto esfuerzo por la Beata a través de la filial confidencia a la Santísima Virgen y la constante llamada a la conformidad con Cristo. No es casualidad que las comuniones espirituales cotidianas sean sumamente recurrentes, así como las invocaciones marianas: al fin y al cabo, sólo se puede estar al pie de la Cruz o atravesar el desierto ante la amenaza de Herodes -un Herodes despiadado que a menudo se esconde en el ego- si, como María, se tiene consigo al «querido Jesús». Una bella y espontánea oración de la Beata nos lo recuerda: “Oh valiente Madre mía, María Santísima, veis que también yo estoy en el desolado país de Egipto, sin una morada fija y muchos enemigos me circundan por todas partes; entre estos un infernal Herodes me busca vehementemente y me persigue. ¡Ah! Venid a socorrerme, oh potente madre mía, se mi fiel compañera en esta mi peregrinación, y haced que nada me separe del amor de Jesús. Oh Madre mía, haced que yo imite vuestra generosidad, docilidad, prontitud en consentir todas las inspiraciones de la gracia, sin escuchar mínimamente los ladridos prolongados de mi naturaleza”.

Compartir:

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp

Ver más

Luz sobre la cruz del exilio

Cuando el destino arrastró a Madre Clelia al pueblo de Roccagiovine, su exilio entró en una nueva fase de caridad y despojo interior. Las pocas Hermanas que la acompañaron quizá no eran plenamente conscientes del principio de vida que se escondía tras la cruz que se sentían obligadas a llevar. De aquellos años quedan varios relatos evocadores de los lugareños y algunas estampitas recibidas como regalo de los niños de la época. «Ruega a María por mí infeliz”: así reza la inscripción de una estampa del Corazón Inmaculado de María bordada con encajes y regalada a la niña Anita Facioni. La letra, diferente de la de Madre Clelia, sugiere que la frase fue escrita por una de sus Hijas en el exilio. Incluso en el escenario de sufrimiento que proyecta en nuestra mente, no podemos dejar de captar una chispa de luz, esa oración por los demás que es el soporte indispensable de nuestra fe y que la Beata tuvo en el corazón más que nunca en su vida, hasta el punto de escribir en una de sus cartas: «La Comunión de los Santos nos asegura poderosos protectores en el Cielo y hermanos en la tierra.

Profecía que consuela y fortalece

Con el bautismo, el cristiano recibe, por medio del Espíritu Santo, no sólo el don de la realeza de Cristo, que lo eleva a la dignidad de hijo de reyes, sino también el del sacerdocio y el de la profecía.
Partiendo de la conciencia de estar consagrada ante todo a Dios, a su honor y a su culto, la Beata Clelia trató de hacer resplandecer cada uno de estos carismas. En particular, el don de profecía, que reside ante todo en la capacidad de leer el plan de Dios en los pliegues de la existencia, tenía a menudo en ella el revestimiento de la capacidad sobrenatural de predecir los acontecimientos futuros. Hay muchos testimonios a este respecto. Recordamos uno en particular. La Hna. Rufina Crippa cuenta que Madre Clelia, que llevaba un año de vuelta en la Casa de Roma después de su largo exilio, quiso un día encontrarse con las novicias que habían llegado de Alejandría. Entre ellas estaba Hna. Pía Tonin, que estaba muy preocupada por un hermano que estaba en América y del que no tenía noticias desde hacía varios años. Entrando en la habitación de la Beata, sin preguntar nada, se oyó decir: ” Ten por seguro que tu hermano está vivo y te escribirá pronto”. La Hna. Rufina concluye así su relato: “El asombro fue grande y confirmamos la opinión de que la Madre Fundadora era una santa cuando, de vuelta en Alejandría, la Hna. Pía recibió efectivamente una carta de su hermano tranquilizándola”.