Yo tengo un Dios en mí, en consecuencia soy un templo, un santuario, un altar que encierra la divinidad acompañada por innumerables espíritus celestiales que lo adoran y le rinden sus homenajes. Yo me uno a ustedes, oh Espíritus bienaventurados, yo amo y adoro con ustedes a mi Jesús. ¡Ah! Reemplacen ustedes, Espíritus celestes, con la pureza y el ardor de sus homenajes y de su amor, la debilidad de mis sentimientos, dejen que yo una mi corazón al de ustedes, mi espíritu al de ustedes, para que unidos formemos un solo corazón y un solo espíritu para pensar en Jesús, para adorarlo, para amarlo, y para alabarlo, si no tanto cuanto Él lo merece por lo menos tanto cuanto ustedes puedan.